martes, 20 de enero de 2015

A las puertas de la casa de Dios, las escaleras sucias llevan primero a los cuerpos más sucios aún, cubiertos por raídas mantas.
 Los guardianes, hartos de alcohol y droga, duermen hasta altas horas de la mañana. Cuando despiertan, repiten como un interminable mantra  “una monedita….una monedita…”
Casi nadie los ve, casi nadie escucha su letanía…Tan sólo a veces, por limpiar las suelas, un bolsillo se abre y cae una moneda. Metales que no salen del corazón, metales que apurados  y molestos se desprenden de la  autocomplacencia.
Sorteando este “inconveniente” y con las suelas, tan o más sucias que el alma, puede accederse a la divina casa.
Una vez que se traspasan las puertas, en general uno se encuentra con que Dios ha salido, dejando algunas fotos y algún amigo que lo representa.
Viaja mucho y es difícil encontrarlo. Claro con todo un mundo que lo reclama…
Entonces uno se sienta –porque asientos siempre sobran- y espera…
Escucha hablar al amigo sobre El y uno también le  habla… pero El no llega.

De salida otra vez la letanía…, las sucias escaleras y ese mundo  que suele dar las espaldas a las iglesias vacías…