A las puertas de la casa de Dios, las escaleras sucias
llevan primero a los cuerpos más sucios aún, cubiertos por raídas mantas.
Los guardianes,
hartos de alcohol y droga, duermen hasta altas horas de la mañana. Cuando
despiertan, repiten como un interminable mantra
“una monedita….una monedita…”
Casi nadie los ve, casi nadie escucha su letanía…Tan sólo a
veces, por limpiar las suelas, un bolsillo se abre y cae una moneda. Metales
que no salen del corazón, metales que apurados
y molestos se desprenden de la
autocomplacencia.
Sorteando este “inconveniente” y con las suelas, tan o más
sucias que el alma, puede accederse a la divina casa.
Una vez que se traspasan las puertas, en general uno se
encuentra con que Dios ha salido, dejando algunas fotos y algún amigo que lo
representa.
Viaja mucho y es difícil encontrarlo. Claro con todo un
mundo que lo reclama…
Entonces uno se sienta –porque asientos siempre sobran- y
espera…
Escucha hablar al amigo sobre El y uno también le habla… pero El no llega.
De salida otra vez la letanía…, las sucias escaleras y ese
mundo que suele dar las espaldas a las
iglesias vacías…