No recuerdo como llegué, ni siquiera cuando,
pero podría deberse al tiempo que
seguramente llevo en este pozo, y lo digo por la familiaridad que siento ya con
el lugar o, mejor dicho, con la ausencia de él.
Estoy en absoluta oscuridad, al punto que a
veces no estoy segura de tener los ojos abiertos o cerrados.
Creo recordar haber saltado hacia adentro, por
eso le llamo pozo, por eso y por que he tocado cada una de sus paredes y no
encuentro puerta alguna.
Se que tengo suelo. En él estoy la mayor parte
del tiempo y un retrete al que me subo a veces, a tientas, para soltar mis
desechos y otras tan sólo para estar sentada sobre algo diferente. Pero no
tengo frío, ni tampoco calor… Llevo siempre la misma ropa, no quiero sacármela
(aunque estaría más cómoda), por miedo (o esperanza) a que súbitamente alguien
abra ese lugar por el que debo haber entrado. También tengo agua y la cañería
por la que llega. Quepo de pié pero no me atrevo a subirme al inodoro o a la
cañería, para saber si llego al techo, por miedo a que se rompan. Se que no
tengo espacio para acostarme en el piso. Sólo tomo agua y cuando me paro cada
día, me doy cuenta, no soy tonta, que la ropa, raramente, me queda cada vez más
justa… Tengo una especie de enterito de algodón que se me antoja blanco y no
llevo ropa interior.
Decía que debe hacer mucho tiempo que estoy
aquí porque ya se si es de día o de noche por los ecos de voces humanas que
llegan a través de las cañerías y los sonidos de los enceres que se atenúan y
acentúa por espacios rítmicos que deben responder a cuando duermen y cuando
están despiertos. Por eso trato de
dormir y mantenerme despierta también con ellos. Pero son tan lejanos que
podría tratarse hasta de otra ciudad…
Aprendí a aguzar los sentidos para oír hasta
el más débil de los ruidos y diferenciar vagos olores, de los que yo misma
genero, nunca demasiado agradables.
Ya no tengo hambre, ni tengo frío ni calor ni
cosa alguna.
Tomo agua sin sed, orino sin ganas…
Tampoco sueño (¿será por dormir sentada?).
No me queda nada… Suponiendo que alguna vez
hubiese tenido algo, pero la verdad es que no lo recuerdo.
Respiro rítmicamente…respiro profundamente…respiro
aceleradamente…raramente respiro…
Mi mayor entretenimiento es recorrer mi
cuerpo, registrando cada centímetro, cada pliegue o arruga, cada bello, cada
marca, reconociéndome ya de memoria, o sea, sabiendo lo que voy a encontrar
antes de llegar y sorprendiéndome con las diferencias, seguramente producto de
un envejecimiento prematuro.
No hay vuelo.
Clavo a
veces la mirada en un punto y ahí sin ver me pierdo en quién sabe que
entelequias que no entiendo, como si fuera otra dimensión, otro mundo, pero tan
vacuo como éste.
Podría ser ciega, no crean que no lo he
pensado, pero tengo mi cuerpo y este otro cuerpo que es este lugar que no concibo,
aunque es sin duda límite y encierro.
Está cayendo el silencio, como un manto
nocturno sobre mis pensamientos.
A quien le hablo, me pregunto, aunque lo haga
en silencio. Es que no quiero que sepan que pienso.
¿Quiénes? No lo sé… pero justamente por eso.
Cómo ignorar con quién se comparten los pensamientos.
Los ruidos no cambian, la oscuridad es
inmutable, al igual que mi silencio.
Tengo la referencia de que me crecen las uñas
y el pelo. Claro que podría estar muerta, son todas éstas condiciones propias
de ese estado, pero tomo agua. Los muertos no toman agua… creo…
He pensado que no necesito saber mi estado,
pero la mente inquieta es la que pretende sacar conclusiones, resolver
acertijos, mantenerme entretenida supongo, por eso la dejo.
Y si en el mundo ha caído una bomba atómica y
yo quedé encerrada en algún tipo de reducto inmune a la radioactividad, pero
afuera ya no hay nadie…
Entonces rememoro los acompasados sonidos y la
teoría se cae casi por completo.
Podría estar presa en un pozo de castigo de
una cárcel, o perdí la cordura y estoy en una institución psiquiátrica. En ningún
caso tengo memoria después de llegar aquí.
Nadie me alimenta, ni me medica, ni se ocupa
de mí en absoluto.
Estoy sola…
Estoy a oscuras…
Tengo provisión de agua…y pocas necesidades
físicas, aunque no coma.
Me he masturbado alguna que otra vez, también
discretamente, por las dudas aquello de que escuchen o abran de pronto.
Me he hecho de rutinas sencillas porque, no se
como lo sé pero sé, que dicen que son necesarias para mantener la cordura.
Si bien percibo un acento de tristeza de
fondo, no sé cuál es la sensación que me predomina.
No, no puedo individualizarla/s.
¿Y si gritara pidiendo auxilio?
Comprendo que no tengo registro del sabor de
los alimentos, o del contacto con otro ser y aunque lo negara hasta ahora, debo
aceptar que tampoco tengo dientes…
Es sobrecogedor pero cierto.
Lo doloroso no es la experiencia, lo doloroso
es la memoria y yo no la tengo.
Así día tras día en una infinita soledad…siento
como si el espacio fuera cada vez más pequeño, más agobiante, de mayor
encierro.
¿No pesará la conciencia de mi carcelero?
Desde que tengo registro de los sonidos
externos, también he contado los silencios y si no me equivoco, van doscientos
cincuenta.
Extiendo los brazos y el límite parece
moverse, no me pregunten cómo, pero estoy segura que me queda poco tiempo aquí,
es la celda la que desea echarme, son estas paredes las que ya no me resisten,
no yo a ellas…
Seguro conozco la palabra miedo pero es tan
solo una palabra…
¿Y si soy parte de un experimento?
Los sonidos llegan ahora más fuertes.
De pronto la pared está cediendo, alguien la
está rompiendo, literalmente.
Me agazapo contra un rincón, es mi espacio,
bien lo conozco.
La pared se abre por completo, cierro los
ojos, ya no puedo encogerme más, no tengo donde esconderme. Llegan hasta mí
unas manos y me jalan con violencia.
La ropa ya no alcanza tengo frío, me quedo sin
agua. Apenas abro los ojos los cierro por la intensidad de la luz. No, no soy
ciega, pero no veo.
Siento que todo da vueltas, me cuelgan cabeza
abajo, me golpean, luego me colocan contra una plancha de metal, la palabra
miedo cobra tridimensionalidad, al igual que el mundo que me rodea, tengo mucho
frío, me giran para un lado, me giran para el otro.
Me encierran en una especie de tela gigante,
me cubren la cabeza.
Los seres que me rodean son gigantes, todos me
miran, algunos lloran.
Me saludan, me hablan, no entiendo nada, no
los conozco, no me interesan y sin embargo me nombran, me aprietan y me
sueltan, apenas puedo verlos después de tanta oscuridad, pero ellos no lo
comprenden.
Comienzo a tener hambre y sueño y dolores en
el cuerpo…
Y yo que pensaba que el calvario era ese
encierro…