jueves, 17 de marzo de 2016

LA ESCRITURA


Desde el fondo más profundo del alma del Universo
 surgen los sonidos sagrados.
Precisos y ondulantes movimientos del  aire
 para ejecutar la sinfonía de la vida.
Deseoso de conservar esos acordes y replicarlos,
 el hombre buscó darles forma y con trazo humano
 los grabó  para hacerlos eternos a su mirada.



El sol asomaba en el horizonte, las últimas estrellas juntaban sus cosas para retirarse.
El hombre solo, sentado sobre la piedra observó a su alrededor. Pudo ver, gracias a la luz, la contundencia de los árboles. La sutilidad de las flores. El ir y venir de las nubes.
Hombre se dio cuenta que todo era movido al unísono por una fuerza que llamó viento.
Con su espíritu de Dios, comprendiendo que todo estaba fundado, decidió nombrarlo.
Pero los nombres que asignaba era lo primero que se llevaba Viento.
A veces también los olvidaba y presintiendo que a las cosas no les gusta que las rebauticen, comenzó a pensar como guardar su memoria fuera de la su mente para preservarla de sí mismo.
Sabía que atrapar el agua con sus dedos era difícil, pero más lo era aún tratar de contener el aire y más aún el aire sonoro de su voz o de las ajenas.
Hombre estaba en una encrucijada. No era la primera, no sería  seguramente la última, pero la sentía clave.
Acarició la piedra en la que descansaba.
Vivía cerca del mar, si las gaviotas podían dejar sus huellas en la playa, tal vez él podría hacer lo mismo.
Miró sus manos. Admiró sus pulgares. Los fue presionando sobre los otros finos y largos dedos. Con cada uno afirmó esa capacidad que le daban de retener las cosas.

Siempre hay un Hombre observando, descubriendo, rebautizando.
“Siempre” quiere decir una eternidad hacia adelante y una eternidad hacia atrás, en la línea del tiempo que nuestra mente dibuja, perdiéndose a izquierda y derecha en sus oscuros confines.

Hombre comenzó a mover los dedos y a idear formas, las formas que el viento le susurraba.
Se arrodilló sobre la arena, “dibujó” el viento como una onda suave. Lo observó satisfecho.
Miró las olas y las replicó también sobre el suelo arenoso, fácil de horadar.
Ya había guardado el nombre del viento y el del agua.
Estaba orgulloso de su obra.

Pero Viento y Agua, temerosos de ser atrapados bajo formas sentenciosas, se acercaron a la arena, y uno en manos del otro lo borraron todo de un plumazo.
Cuando Hombre despertó de su letargo, no pudo encontrar su obra; entendió entonces por  qué las gaviotas debían renovar sus huellas una y otra vez.

Se alejó pesaroso del borde del mar.

Llovía y en la tierra detrás de sus pisadas dibujó al agua, la que también desdibujaba al mismo ritmo.

Intentó en la humedad de su cueva, sentado sobre la tierra, dibujar a viento de nuevo. Esta vez fue Morfeo el encargado de quitar la huella, acunándolo sobre sus trazos.

Una nueva preocupación ensombrecía su ánimo.
Corrió el carbón de la hoguera nocturna y sus dedos negros encendieron la idea. Se acercó a la pared de la cueva tan erguido como le permitían sus piernas y con el corazón henchido de emoción, previendo lo que venía, imprimió de negro el viento sobre la piedra.
Lo observó por horas, lo observó aún entre el fuego que jugaba con las sombras.
(La sombra es una, dividida por la luz en infinitas formas. La luz es una, embargada por la sombra en infinitos destellos).

El nuevo día lo encontró absorto observando su viento.
No supo que mirando su personal diseño, se había perdido el, que tibio y locuaz, había bailado con la noche fuera de la cueva.

Se hincó sobre sus  pies y ahora dibujó el agua, bajo la forma de las olas del mar.
Entusiasmado dibujó un árbol y un animal gigante que lo merodeaba y también la propia imagen que lo había sorprendido en la superficie del lago (y esa era otra historia, la de la lucha con su reflejo).
Fue encontrando trazos para simbolizar cada forma que pudo pergeñar y fueron muchas, porque tiñó de arañazos negros las paredes de su cueva, y ahora, sentado sobre su piedra se preguntaba   ¿dónde continuar?.

Su observación había dejado de ser pura. Ya sólo veía las formas como sugerencias de nombres, ya tenía íconos dentro de su cabeza, para contrastar con la tridimensionalidad del mundo.
Y un nuevo miedo lo asaltó ¿alguien  más lo entendería? .
Continuó así, hasta que habiendo dado nombre a todas las formas, quiso dibujar los sonidos.
Su propio grito, el rugido nocturno de los osos.
Hábil con el carbón se dejó llevar por el dedo para cada uno de ellos.
No era la forma sólo, también jugaba con el sonido, el tamaño.

Muchas cuevas habitó y pintó con muchos fuegos. No necesitaba la memoria ya.

Hombre sentado sobre una piedra, se preguntó por primera vez, quién habría creado todo lo que el nombraba. Quién se encontraba detrás de todas las cosas, como las paredes su cueva, o quién era el carbón que como la sangre o la sabia, daban sustento, o quien era finalmente el dedo.

Hombre se sintió pequeño.

Nuevamente observo y pensó desde su piedra.
Luego buscó el lugar más alto y rebuscó por encima de las formas, desde casi el cielo y no encontró nada.

Después de muchos fríos y tantas hogueras, ante el vacío que se le había metido en el alma, Hombre decidió que  tal vez el Creador, no se presentaba por que no tenía un lugar adecuado, por lo que le dibujó un espacio al que llamó altar, y lo invitó a ocuparlo.
 Concluyó que si había estado creando sin que Hombre se diera cuenta, es que tal vez era invisible como el viento.
Inseguro de su llamamiento, le dibujo un lugar más grande y más bonito, lo adornó con flores frescas  y por las dudas le dejó granos y frutas.

Siguió esperando sentado su piedra hasta que decidió salir a buscarlo.
Recorrió todo su mundo, nombró nuevas cosas y se vio en la obligación de nombrar lugares también para volver a su cueva. En ningún lugar encontró ser alguno que se adjudicara la creación.

Hubo momentos en lo que juraba haberlo visto y otros en que lloró de frustración, como un niño, por sentirse ignorado, a pesar de todo su esfuerzo, con todo el trabajo que se había tomado dando nombre a todo lo por El creado, hasta al mismo Creador bautizó.
Sin respuesta, opto por ensayar más nombres, hasta que 108 le escribió.

De esas letras surgen todas las letras, todos los nombres, todas las palabras que Hombre abarcó.

Suponiendo la indignidad de su insignificancia, decidió contar cuántas de cada forma había en la creación. Sin respuesta avanzó midiendo y luego pesando cada una, pero ni aún así el hacedor se presentó.
Con todo nombrado, contado, medido y pesado, Hombre voló lejos buscando al padre del padre de su padre, en el espacio exterior, y regresó sin encontrarlo.

Ni por un segundo se le ocurrió mirar hacia su interior, donde aún se conservaba el mayor de los misterios de la creación.  








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