Hemos llamado al Gran Espíritu una y otra vez
desde que la historia recuerda.
Levantamos altares, tallamos sus formas,
nos hincamos reverentes.
Esperamos ansiosos y temerosos sus señales.
Millones de seres clamando por sus favores a diario.
Él, callado y paciente, nuestro cuerpo contiene.
Sonríe en el eco de nuestros rezos,
con la ternura propia de un mayor amoroso.
Extiende las alas, protector, sobre nuestras penas y nos susurra al oído su dulce canción
hasta despertarnos a la verdad…Su libertad.
Es bello y calma algo la melancolía no solo otoñal que nos abruma por estos lares.
ResponderEliminarQue bueno que sigas publicando!